dilluns, 20 de febrer del 2012

RESSONÀNCIA DEL NO DIR

Leer un haiku, por todo ello, es igualmente un ejercicio de despertar. Si los versos son aparentemente banales, anodinos, si rehuyen la abstracción, el juicio y la altisonancia de los términos transcendentes es precisamente porque todo ello encubre lo que hay, aquello que puede procurarnos un despertar, la conciencia de aquello en lo que estamos y lo que somos. 'Que fácil es hacer un haiku...', dice el poeta de occidente versado, lo justo, en lo oriental porque se estila, 'Basta decir lo que hago, lo que oigo, basta una feliz metáfora, apenas dos o tres versos... poesía de la apariencia, al fin y al cabo, pero minimizada y con ínfulas de disfrazada trancendencia!' Pero se olvida, el necio, de lo más importante, y es que en un haiku, como en el jazz, los silencios o los espacios en blanco no sólo han de ser puestos y bien puestos, sino que han de decir lo que deben decir y que, para ello, es preciso conocer aquello a lo que se apunta hasta el punto de que esté perfectamente trazado, en su invisibilidad, lo que no se apunta, porque el apunte no es sino la punta que indica una trayectoria. El que escribe un haiku conoce esa trayectoria porque está en ella, o ha estado.

Así pues, el lector del haiku ha de sostener la palabra en su no-decir, como siguiendo la flecha por el aire hasta que dé en el blanco, que es su propio corazón. Ahí se confunden entonces la palabra y el silencio, el trazo y la trayectoria, y se asientan dando lugar –y espacio– a una resonancia
. [...]

 Chantal Maillard, "Orinar en la nieve"
 pròleg a La poesía zen de Santôka, trad. de Vicente Haya i Hiroko Tsuji (Málaga, 2002)

1 comentari:

  1. I sembla fàcil...
    PD: n'estic fins a les meninges de la comprovació de les paraules en cursiva, que no les entenc. ( i no sóc un robot, clar) :)

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