DES
Per TdQ m'assabento que Oriol Pi de Cabanyes signava això a La Vanguardia d'ahir...
GABRIEL FERRATER
Estoy leyendo a Proust y se me aparece el fantasma de Gabriel Ferrater en nuestra primera Autònoma. "Pero cuando desaparece una creencia, le sobrevive, y cada vez más vivaz, para disfrazar la falta de poder de dar realidad a cosas nuevas, un apego fetichista a las viejas que aquella creencia había animado, como si fuese en ellas y no en nosotros en donde residía el aliento divino y como si nuestra incredulidad actual tuviese una causa contingente, la muerte de los dioses".
Recuerdo a Gabriel Ferrater gesticulando, desinhibido, de pie o sentado en los taburetes de la pecera de El Mesón, en la plaza del Monestir de Sant Cugat, donde los privilegiados estudiantes de letras compartíamos con algunos profesores bebidas y recreo. Ferrater era un tipo aventurero que parecía un veterano de la guerra de Vietnam y se dejaba querer, maternalmente, por muchachas en flor que hubieran podido ser sus hijas.
La más traviesa era Maika P., una pequeña remotamente filipina que calzaba botas de media caña y que parecía encontrarse en la universidad de veraneo. Otra de las que coqueteaban con el bebedor y que ponían a prueba su necesidad de afecto era T.C., dómina de ojos profundos y mirada inteligente que serpenteaba con gran estilo. Y J.S., alta y elegante, muy hecha, a quien el poeta dedicó sus últimos versos: "Quan falten dotze dies perquè facis, Júlia, / dinou anys, / vull apuntar-te tres o quatre coses / (dinou no les sé pas) / que siguin veritat...". A veces, o con frecuencia, Gabriel Ferrater iba un poco a la vela. Parecía observar el mundo desde muy lejos, entonces, y mirarnos a todos con la suficiencia de quien quiere exhibir con toda su impudicia el dolor (si se puede decir así) de la inteligencia excesiva. Se había dado bastante al álgebra y al transformacionalismo, al estructuralismo y a la gramática generativa. Pero el mundo seguía sin cuadrarle.
Nosotros nos contábamos sus últimas extravagancias etílicas. Sospechábamos que le dolía dejar de ser joven y, tal vez, potente. O que abominaba —a solas— del paso del tiempo. Y era para nosotros no solamente la imagen del "atreverse a poder" exhortado en uno de sus versos, sino también, y sobre todo, del carpe diem, que vivía con un cierto frenesí depresivo y masoquista.
¿De qué se quería castigar? ¿Qué culpa le pesaba tanto como para querer autodestruirse? Bebía, bebía mucho, y cuando bebía era cuando pronunciaba los más enérgicos exabruptos, cuando formulaba las más brillantes hipótesis, cuando le salían las afirmaciones más prometedoras y los relámpagos especulativos más luminosos. Y era la lucidez lo que quería ahogar en alcoholes y poesía.
Ferrater daba las clases a menudo hecho un balbuceo, los ojos muy líquidos en una cara muy pálida, informalmente sentado en el pupitre con las piernas colgando. Como poeta, como inteligencia y como persona, era para nosotros, jóvenes necesitados de mitos, la encarnación de la libertad. De la libertad de espíritu que se nos presentaba bajo aquella libertad de forma. Pero su inconsistencia física, sus lapsus y sus ausencias, sus obnubilaciones, nos iban diciendo también a qué precio se tenía que pagar, qué caro salía el desorden. Aquel profesor, largo y desgarbado, casi albino, que tartamudeaba, era la encarnación de la vida. Aunque la vida en él ya era una pura descomposición, un triste muñeco parkinsoniano que se expresaba a manotadas.
Fa uns mesos va ser Xavier Bru de Sala, qui va escriure que la poesia de Ferrater no valia gaire res. Ara sabem a més que l'home era un ninot. Potser és el "de" entre els cognoms, que atorga tanta lucidesa.
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