diumenge, 26 d’abril del 2009

ESCRIPTORS IDEALS

Cada vegada entenc millor que la veritable virtut és la generositat.










Enjuicia y es severo, pero se muestra generoso y muy abierto a la gran variedad de estilos y temáticas de alto nivel que analiza. No sólo puede soportar que haya escritores tan buenos como él, sino que, además, se molesta en aproximarse pacientemente a sus obras, sabiendo que semejante gesto no irá nunca en detrimento suyo (...)

Enrique Vila-Matas, "El narrador idóneo" (El País, 26-IV-09)

1 comentari:

  1. Avui llegint aquest article de Vila-Matas del País sobre els assaigs de Coetzee, he vist que criticava amb duresa una ressenya que li havia fet "un reseñista de suplemento español (...) habiendo hecho de su juventud una profesión el reseñista termina mirando por encima del hombro al que probablemente es el mejor escritor contemporáneo."

    M'ha picat la curiositat i he començat a remenar per internet i m'he trobat amb la ressenya de J. Carrion al llibre de Coetzee que podria perfectament ser la que refereix (amb duresa) Vila Matas, ¿sap algú si n'hi ha alguna altra que pugui ser la destinatària de les seves ires?

    Reprodueixo a continuacio l'article de Vila Matas i la crítica de Carrion...


    CRÓNICA: DIETARO VOLUBLE
    El narrador idóneo

    ENRIQUE VILA-MATAS
    El pais 26/04/2009

    1 - Después de los avatares del largo Día de Sant Jordi, día de una intensa y sofocante actividad pública -reaparecen novias de hace 40 años; bendigo a una pareja eterna de Tarragona; almuerzo con un escritor pajarillo que confunde clase social y universo literario-, regreso a casa y me pongo en zapatillas y me hundo en mi butacón y leo que una misteriosa nube de gas gigantesca, tan grande como una galaxia, ha sido descubierta en el universo lejanísimo, a una distancia que corresponde a una edad del cosmos tan sorprendente -sólo ochocientos mil años cuando su edad actual es de catorce mil millones- que ha dejado a los astrónomos totalmente perplejos, sin saber cómo explicar su existencia, porque no se ajusta para nada a sus modelos teóricos de la historia del universo a partir del Big Bang inicial. O sea, que una vez más volvemos a estar donde siempre: descubriendo que no sabemos nada.

    Ante tanta ignorancia, me alegro de haberme llevado a casa, como pesca única del día, Mecanismos internos, los ensayos literarios de J. M. Coetzee. El autor de Desgracia y de Diario de un mal año es un escritor completo. Gran narrador y gran intelectual al mismo tiempo. Es un contador de historias duras, narradas con una prosa que ha bebido directamente de Beckett y es de una belleza sobria, acerada, implacable con la verdad de la ficción. Coetzee demuestra en todos sus libros que no están en absoluto reñidas las actividades de narrador e intelectual. Desgracia, sin ir más lejos, es una de las obras maestras de la narrativa del siglo pasado. Pero como ensayista, intelectual, teórico, no anda a la zaga y está a la misma altura del narrador. De hecho, en Coetzee ambas actividades, narrador e intelectual, están perfectamente imbricadas -creo que es lo idóneo en un narrador, independientemente de los resultados-, hasta el punto de que ha logrado lo que, por estas latitudes puede parecer hasta imposible: en su novela Elizabeth Costello sobrepasa los límites de la ficción pura. Es un escritor tan completo que Mario Vargas Llosa ha llegado a decir de él que es uno de los mejores novelistas vivos “y no digo el mejor porque, para hacer una afirmación semejante, habría que haberlos leído a todos”.

    No se puede leer Mecanismo internos como lo ha hecho recientemente un reseñista de suplemento español: ignorando que la de Beckett no es una más de las literaturas que en el libro se comentan, sino la obra de la que Coetzee es heredero directo. Porque si de entrada se ignora esto, se entra con mal pie en este libro de ensayos y luego pasa lo que pasa: que habiendo hecho de su juventud una profesión el reseñista termina mirando por encima del hombro al que probablemente es el mejor escritor contemporáneo.

    2 . En mecanismos internos, Coetzee analiza con una inteligencia dotada de gran rigor artístico y moral las obras de algunos de los autores esenciales del pasado siglo. Desfilan Beckett, Walter Benjamin, Paul Celan, Faulkner, Musil, Josep Roth, Philip Roth, Bruno Schulz, W. G. Sebald, Ítalo Svevo, Robert Walser. A lo largo de las 323 páginas del libro, Coetzee se nos revela como una especie de crítico ideal. Lejos de la acidez y dureza inclemente de sus narraciones, en Mecanismos interiores muestra una gran capacidad para abrirse al mundo de escritores generalmente muy distintos de él. Enjuicia y es severo, pero se muestra generoso y muy abierto a la gran variedad de estilos y temáticas de alto nivel que analiza. No sólo puede soportar que haya escritores tan buenos como él, sino que, además, se molesta en aproximarse pacientemente a sus obras, sabiendo que semejante gesto no irá nunca en detrimento suyo, porque, por mucho que muestre la grandeza de los libros de otros, sabe que eso no perjudicará, no mejorará ni empeorará su propia obra. Aunque no lo dirá nunca, es generoso porque se sabe sobrado de talento. Tanto es así que no le pasa nada si lo “malgasta” adentrándose en los comentarios tranquilos de los libros de los otros. Se revela en estos ensayos, por otra parte, como un escritor de la tradición europea, muy especialmente la de la primera mitad del siglo pasado. Se le vio a Coetzee, primero como escritor sudafricano, y ahora -por su lugar de residencia- como escritor australiano, pero en realidad es un escritor anglosajón con profundas raíces en la Europa continental. Tal vez de ahí provenga -de esa formación literaria y en el fondo cervantina- esa sentida y total compasión por el esfuerzo de un escritor para ser fiel a su vocación, por difícil que sea. Después de los avatares del largo día de Sant Jordi y tras un buen rato descansando en el butacón, siento la tentación de volver a esa noticia de la nube de gas tan grande como una galaxia, esa noticia que, al llegar a casa después del frenético día, me ha abrumado tanto. Vuelvo a ella y leo que la nube fue detectada desde Hawai, con el telescopio japonés Subaru y que por este motivo los científicos la han bautizado Himiko, el nombre de una misteriosa reina legendaria nipona. “Yo nombro los misterios por ser mi vocación”, dice Daniel Zamora en El canto del precursor. Cotejo mentalmente ese verso con la perplejidad de los científicos que estudian la nube y han lanzado toda clase de hipótesis que tratan de explicarla. Himiko. Nombro el nombre del misterio. Puede ser gas ionizado que alimenta un agujero negro supermasivo, o una galaxia primordial con gran cantidad de gas, o el producto de la colisión de dos galaxias muy jóvenes, o el efecto de procesos intensos de formación estelar, o incluso una galaxia gigante con una masa equivalente a unos cuarenta mil millones de soles… Abrumado por la realidad, por la gran narrativa del universo, vuelvo a los ensayos de Coetzee, que paradójicamente, por muy intelectuales que sean, me relajan.

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    jorgecarrion.com/blog


    RESEÑISMO DE NOBEL

    J. M. Coetzee

    Mecanismos internos. Ensayos 2000-2005

    Trad. de Eduardo Hojman

    Mondadori

    Barcelona, 2009.

    323 págs.

    “He sido un oyente de radio desde que tengo memoria (hablo ahora de música). Me gusta no saber qué vendrá a continuación, Mahler o melodías gitanas o Hildegarde von Bingen. Me gusta la aleatoriedad. Algo parecido pasa con el New York Review of Books. Me gusta ver todo lo nuevo que surge. No forma parte, desde luego, de un proyecto a gran escala.”: ésa fue la respuesta de Coetzee a un periodista que le preguntó sobre sus reseñas en la famosa revista literaria (El Cultural, 14/11/2002). De los veintiún ensayos reunidos en Mecanismos internos, dieciséis son ejercicios de reseñismo en que, efectivamente, se constata que no existe un plan, un proyecto de crítica cuyo objetivo sea respaldar, matizar o aumentar la obra de creación. Si en Giving Offense: Essays on Censorship (University of Chicago, 1996; Contra la censura, Debate, 2007) existía una intención de conjunto, esto es, antologar los artículos académicos en que el profesor Coetzee había tratado, a principios de los años 90, la institución censora; en Inner Workings no hay otra motivación que reunir reseñas extensas y prólogos de los primeros cinco años del siglo, para consumo de los seguidores que no lo leen on-line en inglés (www.nybooks.com).

    Coetzee es un novelista excepcional, un investigador notable y un ensayista irregular. Sus dos principales ámbitos de conocimiento son la literatura norteamericana y la alemana contemporáneas. De la primera, encontramos textos sobre Whitman, Faulkner, Bellow, Arthur Miller y Philip Roth; de la segunda, sobre Walser, Musil, Benjamin, Joseph Roth, Celan, Grass y Sebald. Entre una y otra esfera, los autores afines o excéntricos que también merecen la atención del autor de Desgracia son Svevo, Schulz, Márai, Claus, Greene, Beckett, Gordimer, García Márquez y Naipaul.

    Precisamente el único escritor en lengua castellana que Coetzee reseña, por Memoria de mis putas tristes, protagoniza uno de los mejores ensayos del libro. A partir de la obra anterior y sobre todo del examen de los conceptos de confesión y de conversión, Coetzee lee a García Márquez como un novelista del realismo psicológico que carga con la losa de realista mágico. Otra pieza en principio acertada es la dedicada a Faulkner, que trata de puntualizar los excesos cometidos por algunos de sus biógrafos, al tiempo que aborda la cuestión principal: cómo narrar la trayectoria paradójica de un hombre que dudaba de la modernidad mientras construía una obra radicalmente moderna. En el ensayo dedicado a Grass encontramos una de esas oraciones que justifican la lectura de muchas páginas: “La narración de A paso de cangrejo se compone de fragmentos y trozos que funcionan con eficacia en el orden que se les ha asignado, aunque no producen la sensación de inevitabilidad estética”. Ese concepto –lo que, en el marco de la obra de arte, es estéticamente inevitable– es uno de los que me hubiera gustado ver desarrollados en este libro; porque en el fondo uno lee a los autores que admira para entender mejor su laboratorio. Pero Coetzee rechaza a conciencia este tipo de proyección: intenta escribir sobre los demás sin utilizarlos como espejo o como clave para que entendamos mejor su propia poética.

    El problema es la extensión. Las reseñas de New York Review of Books son muy largas. Estos ensayos sin tesis ni voluntad especular parecen alargarse innecesariamente sólo para alcanzar las líneas exigidas por la publicación. Así, no sólo se cae en la paráfrasis y en el resumen, también en el biografismo excesivo y, lo que es peor, en la imprecisión y en el tópico. Mi reciente lectura de la brillante y completa introducción de Francesco M. Cataluccio a Madurar hacia la infancia (Siruela), de Bruno Schulz, me ha hecho juzgar insuficiente el relato que hace Coetzee de la muerte del escritor polaco, y erróneos sus juicios sobre la importancia de su obra gráfica. Lo mismo me ha ocurrido con sus opiniones sobre la poesía de Sebald, cuya importancia en el conjunto de su obra no sabe calibrar. El comentario sobre Del natural se limita a las citas excesivas y al resumen argumental, sin interpretación y sin teoría. En el caso de Celan, además de reproducir todos los tópicos habituales –incluida la cita de Adorno, siempre minimizada y fuera de contexto–, Coetzee no sólo ignora a los principales hermeneutas, también lo hace el traductor, al transcribir sin criterio versiones de signos y calidades demasiado diversos.

    posted by jordicarrion on 04.21.09 @ 16:20

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